lunes, 11 de enero de 2016

Papa, ¿quien es dios?



«En este momento, tengo la sospecha personal de que el universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, sino más extraño incluso de lo que somos capaces de suponer» John Burdon Sanderson Haldane

A veces me siento en un banco del parque y dedico mi tiempo a intentar proponerme esas preguntas que un día quise que alguien me respondiera, incluso que me planteara y que, generalmente, casi nadie cree que tengan respuesta. Lo hago pensando, sobre todo en mi hijo, en esa necesidad nueva casi agobiante a la que me he rendido y que tiene que ver con el deseo de ser un buen padre, un buen guía; una referencia fiable y veraz para ese camino de aventura que Iván apenas acaba de comenzar. Sé que en algún momento habrá que afrontar la misma pregunta que el ser humano se hace desde el principio de los tiempos.

Pero papa, papa… ¿Quién es Dios…?
— ¿Quién…?
— Dios… ¡Papá…! ¿Es que no lo sabes?
— Hijo… No, no lo sé… sé que te va a sorprender, ya lo sé… pero papá no lo sabe todo, dímelo tú.
— Pero papá, tú siempre lo sabes todo… ¿no?
— Cariño… Papa no sólo no lo sabe todo, en realidad es que no sabe nada. Hasta ahora tus preguntas casi siempre han tenido alguna respuesta, pero estás empezando a hacerte mayor, hijo. Tienes apenas siete años y ya sabes plantear la pregunta que ha hecho que el ser humano se haya estancado durante milenios, llegando incluso a matar por la exclusiva de esa respuesta.

Yo creo que el problema del ser humano es que le falta humildad para reconocer que, no es que no tenga las respuestas que busca, sino es que ni siquiera conoce las preguntas. Tenemos tendencia, los que creemos en la nimiedad de nuestra existencia, a intentar ubicarnos espacialmente comparándonos con la inmensidad cósmica, es decir: soy un ser vivo que ejerce como ser humano en un planeta donde convive con otros cuantos millones de seres humanos y unos cuantos miles de millones de seres de gran variedad, todos englobados en un pedrusco que tiene unos 40.000 kilómetros de diámetro y que a su vez no es más que un pequeño planetita que se encuadra en el sistema solar. Este a su vez se encuentra ubicado en una de las miles de millones de galaxias que forman el universo y que llamamos vía láctea. Las distancias que hay que afrontar para recorrer de lado a lado este conglomerado de estrellas, pequeñísimo fragmento del cosmos, son de unos 100.000 años luz, es decir: si lográramos alcanzar la velocidad de la luz, lo cual es imposible como ya enunció Einstein en su archifamosa teoría de la relatividad, tardaríamos todos esos miles años en cruzar por completo la distancia total del diámetro de nuestra minúscula galaxia.

Bueno… ya empezamos a marearnos un poquito, claro. Pero es que cada una de los miles de millones de estrellas que forman esa galaxia (unos 1012 para los más curiosos, o sea 1.000.000.000.000 o también un billón o un millón de millones) no es más que un pequeño sol que a su vez forma sistema propio con sus respectivos planetas girando eternamente sobre su masa. O sea millones y millones de pedrusquitos girando eternamente alrededor de un sol similar al nuestro, y de los que apenas tenemos información fiable. Probablemente nunca tendremos ya no la seguridad, ni siquiera algún indicio de que en uno de esos «cacho piedra», exista algo parecido a la vida que disfrutamos en este planeta. Y eso solo en nuestra querida vía láctea.

— Pero papá, yo te he preguntado quién es Dios, y me estás dando una charla que…
— Si cariño, pero la pregunta que deberíamos respondernos es quién somos nosotros, y es la que voy a intentar responder, luego hablaremos de ese tipo, ¿ok…?
— Vaaale, pero… ¿Es que existen otras personas viviendo en el espacio?
— No lo sé, nene… no lo sé, es posible que si…

Porque resulta que esta galaxia en espiral tan mona solo es una de las cien mil millones de galaxias que hemos (hemos… el ser humano, claro) podido ubicar en lo que llamamos universo observable y que suponemos una diminuta porción del universo real… o sea suponemos, porque todos los adelantos técnicos con telescopios electrónicos, aparatos de radiación electromagnética, control de rayos cósmicos y su puta madre solo nos dan la referencia de que esta pequeñísima zona de referencia podría tener un diámetro de unos 93 mil millones de años luz. O sea, como he dicho antes 93.000 millones de años viajando a la velocidad de la luz. Da tiempo para vivir unas cuantas experiencias, digo…

Vale, una vez ubicados… ¡Ejem…! digo… una vez ubicados, ahora se me ocurren unas cuantas reflexiones, no ya preguntas, reflexiones, y las voy a plantear.

Si observamos con un telescopio una gota de agua, veremos a simple vista unos pequeños microorganismos moviéndose agitadamente. El tamaño de ese bichito es a la tierra bastante más grande que lo que la propia tierra es al universo observable –también llamado horizonte cosmológico…- o sea, no voy a decir que seamos nada, pero muy poquito… pero muy poquito muy poquito.... Al fin y al cabo esa molécula es un ser vivo, ¿no…? Un ser humano… es más complejo, eso sí, pero poco más. Pero es que si nos ponemos a investigar un poquito resulta que ese microorganismo es enorme en relación con sus compuestos químicos. Por no meter mucha caña al cerebro dejémoslo en que su masa se compone de elementos químicos ya conocidos por la mayoría como el hidrógeno, oxigeno, etc… que a su vez son formados por otros más pequeños: los átomos. Resulta que los átomos se componen a su vez de protones, electrones y neutrones cuya masa viene a ser unos 1,6×10-27 kg, o sea… ponte a poner ceros pero a la inversa… más que los ceros que hacen falta para enumerar las estrellas de nuestra galaxia.

¿Puede haber algo más pequeño? Pues si… estas partículas subatómicas están compuestas a su vez de otras aún más pequeñas que la física cuántica ha llamado quarks y que, junto a los leptones, son los componentes fundamentales de la materia. El cálculo de su masa es complejo y nos llevaría a explicaciones demasiado técnicas pero dejémoslo en que son tan pequeños que solo pueden intuirse, más que observarse, en experimentos con acelerador de partículas. Y seguimos encontrando cosas más pequeñas a pasos agigantados. Es decir que la física cuántica -que es como se llama la física de las cosas pequeñiiiiitas- parece decirnos que estamos en el centro de un caos infinito…. y que al igual que el universo, parece no tener fin…

— Papá, ¿pues si hay tantos planetas y puede que haya gente viviendo allí, porque no cogen un cohete y vienen a vernos?

Bien… teniendo en cuenta la teoría de Einstein sobre la velocidad de la luz, si un hipotético observador cósmico -como el principito, por ejemplo- estuviera observando desde el sol un cohete enviado desde la Tierra viajando, por supuesto, a la velocidad de la luz, vería un pequeño destello recorriendo muy despacito el espacio hacia el firmamento, es decir… tardará un «ua» -que corresponde a ocho minutos y 32 segundos luz y que es la unidad astronómica de distancia actualmente- en alcanzar el sol. Pero ¿cuánto tardaría en llegar, por ejemplo si el principito observara ese hipotético transporte desde un planeta situado fuera de nuestra galaxia? Podemos decir que para lo que nosotros es una velocidad infranqueable para el cosmos es una unidad de medida ínfima. Por eso en astrología se utilizan otras unidades de medida como los pársecs, kilo pársecs o mega pársecs, que bueno… son la caña de grandes. Pero es que esa distancia es la misma a la inversa y me explico.

Si ese cohete pudiera viajar a esa velocidad (que no puede), tardaría miles de años en llegar a la tierra, es decir: que sus tripulantes llegarían un poco viejitos, pero lo más curioso es que las imágenes si pueden viajar a esa velocidad –o a una muy cercana y que depende del medio en que se propaga-, ya que no son más que haces de luz. Por lo tanto lo que hemos podido observar en esos súper sofisticados aparatos astronómicos, y que es nuestra referencia del universo, es lo que está sucediendo por aquellos lares hace la friolera de 50, 60 o 70 mil años de nuestros días. ¡Joder! Es que ni siquiera tenemos ni puta idea si lo que creemos estar viendo ni siquiera existe ahora mismo. No te digo todo lo que ha podido suceder en todo ese tiempo y que tendremos que esperar pacientemente que suceda, no nosotros sino nuestros tatatatatatatatra (elevado a la ni se sabe) nietos. Vamos… una paranoia.

— ¡Pero papá…! Existe Dios o no existe… déjate de chorradas.
— Ya voy, ya voy… espera un poquito más, ¿vale…?
— Vaaaaale… ¡ay…!

Dicen los científicos que la edad del universo es de unos trece mil setecientos millones de años 13.700.000.000 del ala… bueeeeno. La Tierra viene a tener entre unos 4.440 y 4.551 milloncitos de nada… vamos, una chavala. El ser humano desarrollado, con una capacidad cerebral completa tal como la disfrutamos ahora aparece hace unos 120.000 años. Las primeras manifestaciones artísticas aparecen en el paleolítico superior entre el año 35.000 y el 10.000 a.c. Es decir; que la cultura humana tiene unos 20000 años de antigüedad si podemos llamar cultura a unas pintadas rollo grafiti en una cueva o a unas rudimentarias figuras esculpidas toscamente a base de golpes, cascote duro contra blando.

Para hacernos una idea si comparamos la edad terrestre con un año humano, es decir… si suponemos que la tierra nació un 1 de Enero podríamos decir que los mamíferos aparecieron sobre Septiembre. Las glaciaciones famosas que acabaron con una ingente cantidad de seres vivos sucederían sobre mediados de Diciembre y el ser humano aparecería sobre la Tierra el 31 de Diciembre a las 23:45… o sea que la cultura escrita tendría… pues unos 10 segundos. Esto no lo digo yo, lo dice Carl Sagan en su trabajo sobre el cosmos que divulgó a través de videos y un maravilloso libro ya hace unos años. O sea que no me invento nada.

La cultura humana en comparación con la edad terrestre viene a tener unos minutejos de nada, vamos… lo que tardo en fumarme un Winston. Es lo que hay. Pero si flipamos un poco más y teniendo en cuenta que el invento de la imprenta sucedió hacia el año 1450 de nuestro calendario, el libro… y por tanto la difusión universal del conocimiento tiene apenas un segundito con respecto a la edad terrestre. Ni digamos con respecto al origen del universo. ¡Ja…! Es que entonces nuestra cultura, es decir: lo que somos en esencia con respecto a la edad del universo no es ni diezmillonésimas de segundo. Nada.

Una hipotética biblioteca completa del saber universal está calculado que debería tener tantos millones de volúmenes que acumularían aproximadamente 1014 bits de información en palabras y un poco más, 1016 en cuanto a las imágenes se refiere. Esto denota que, aunque fuéramos capaces de leer un libro por semana, no alcanzaríamos a conocer más que el equivalente a conocimientos de unos cuantos miles de libros en toda una vida. Y eso suponiéndonos una inteligencia y capacidad asombrosa para la retentiva y la asimilación de información. O sea que el tipo más listo de la historia de la humanidad, y que para ser justos debería vivir hacia nuestros días, más que nada para disponer de toda la información posible sobre nuestra cultura y el saber acumulado, sabe menos que D. Pepe leches… es lo que hay. Sería absolutamente incapaz de conocer más que un porcentaje ínfimo de nuestro saber y prácticamente nada sobre el origen y creación del universo, porque eso es exactamente lo que sabemos… nada.

— Joo, papi…. ¡que pesao…! ¿Qué significa todo esto…? ¿A dónde quieres llegar?
— Ya cariño, ya… ya termino. A ver: Tú qué crees. Todo este lio, ¿cómo se ha formado…? ¿Solo…? ¿Alguien diseño todo esto…? ¿Tú qué opinas?
— Yo, yo… no lo sé. Dios, supongo… es lo que dice Pablito en clase… su papá si lo sabe.
— Ya… ¿Y cómo lo sabe su papá?

Voy a evitarme la respuesta del futuro Iván, más que nada porque todo esto me lleva a una situación que seguro que molesta a más de uno, y no es mi intención faltar al respeto, -al contrario, por cierto, de la mayoría de los argumentos que se esgrimen en contra del ateísmo-. Me limitaré, de momento, a plantear una reflexión que en un momento dado hizo uno de los mayores genios de la filosofía de todos los tiempos, aunque es más conocido por sus estudios en psiquiatría:

«Sería muy bonito si hubiera un Dios que creó el mundo y una providencia benevolente, y un orden moral en el universo, y vida después de la muerte; pero resulta muy llamativo que todo esto sea exactamente como desearíamos que fuese.» Sigmund Freud

Pues si «Sigi», sí que sería bonito. De hecho dan bastantes ganas de sumarse al enorme conjunto de personas que, de una forma u otra, se dejan llevar por una de las respuestas más sencillas y que parecen más obvias de la historia del conocimiento y de paso apuntarse un puntito en el famoso dilema que planteó Pascal:

Ante la «creencia en Dios» tengo cuatro opciones:

Si creo en Dios y no existe, tras mi muerte no pierdo ni gano nada.
Si creo en Dios y existe, gano la vida eterna.
Si dudo de Dios y no existe, no gano ni pierdo nada.
Si dudo de Dios y existe, me gano una tortura eterna en el infierno.

Posibilidades para el que cree
O vida eterna, o nada.
Posibilidades para el que duda
O nada, o tortura eterna.

Bueno… pues parece claro. Toó quisque a creer en Dios, que es lo más inteligente. De esa forma evito unos cuantos problemas además en cuanto a mis relaciones con el entorno que nos ha tocado vivir, evidentemente religioso… Cuidado, que no digo católico, sino religioso o como se han preocupado de agenciarse, un poco «por el morro», los defensores de un ente divino, ya sea personal o etéreo (energía, gnosis, magia etc…): espiritual. Porque, claro… parece que los que tenemos serias dudas sobre la existencia de Dios no tenemos un sentido espiritual de la existencia. Ahora lo que toca es una frase muy reveladora de un tal Albert Einstein, al que se le asignó durante mucho tiempo la etiqueta de creyente y que en una entrevista negó la mayor y comentó:

«No creo en un Dios personal y nunca lo he negado, por el contrario, lo he expresado claramente. Si algo hay en mí que puede ser llamado religioso es entonces la admiración sin límites a la estructura del mundo hasta donde la ciencia ha podido revelarnos por el momento». Albert Einstein

— Perdone joven pero se está usted olvidando de lo más importante: la fe.
— Ya… no sé quién le ha dado vela en este entierro, pero sea bienvenida. Voy a intentar razonar mi respuesta.
— No, no... El corazón y la fe tienen caminos que la razón ignora.
— Bien traído, bien traído… sobre todo porque esa cita es precisamente de Blaise Pascal, aunque ligeramente «tuneada».
— Papá… ¿quién es esta señora?
— Se llama conciencia, hijo. Vamos a ver:
— Pe… pero… yo no la veo, papi. Te la estás inventado…
— Bueno… si, es verdad… me estoy inventando su voz, pero te aseguro que está ahí, créeme. Tienes que tener fe
— ¿Fe?
— Si cariño… ¿te acuerdas del hombre invisible?
— Siii papi, pero eso es de niños pequeños. Me acuerdo que hablábamos con él, y que cantaba…
— Bueno. Pero tú te lo pasabas bien. Y te lo llevabas al cole. Te gustaba que se quedara contigo porque te daba seguridad ¿te acuerdas?
— Si papá, pero ahora soy mayor. Ya no veo al hombre invisible, sabes…
— Claro cariño, pero hay muchos niños que lo siguen viendo. El no ha desaparecido, sigue haciendo su trabajo.

«No es que yo no crea en Dios, es que no sé qué es Dios, y el que cree tampoco lo sabe.» Fernando Sabater

Lo primero que sorprende cuando hablas con un teísta, generalmente asociado a alguna de las religiones abrahámicas, -en concreto y en mi experiencia cristianos- es el poco conocimiento que demuestran hacia su propia religión, hacia su origen y evolución. Las religiones abrahámicas tuvieron su origen en la edad de bronce y evolucionan a partir del Antiguo Testamento. No es mi intención desglosar paso a paso el camino andado, pero basta con reseñar que comparten un Dios único, un libro sagrado (El Corán para los musulmanes, La Biblia para los cristianos y La Torá para el judaísmo) y unas precisas reglas de comportamiento que exigen un compromiso estricto para con su religión.

También deberíamos recordar que la más antigua de las religiones, y claro ancestro de las otras dos, es el judaísmo, que resalta por la crueldad de su Dios su obsesión por las restricciones sexuales y morales, un machismo inaceptable y la exclusividad en la elección de su tribu. Más adelante, en plena ocupación romana aparece el cristianismo, fundada por Pablo de Tarso como una secta monoteísta del Judaísmo. Mucho más tolerante asume como doctrina la figura de Jesús, un predicador judío que fue crucificado por razones políticas en el Jerusalén de Poncio Pilato. Todo lo que se conoce sobre él, incluida su palabra, es a través de los evangelios, que fueron escritos al menos 30 años después de su muerte. Por último Mahoma y sus seguidores fundaron varios siglos después el Islam, que se caracterizó por la vuelta al monoteísmo más estricto, aunque aceptó curiosamente la palabra de alguno de los profetas de origen judío más importantes, como Jesús, Abraham, Noé, Moisés o Salomón.

Bueno… desmontar de algunos plumazos la pléyade de absurdas ordenanzas, reglas, leyes y códigos que se plantean en cada uno de los libros sagrados es una labor ingente, aunque sorprendentemente sencilla. No es mi intención aburrir al lector en un ejercicio que, probablemente ya hemos hecho casi todos así que voy a centrarme en intentar razonar mi postura al que, al contrario que yo, cree en un Dios único que trasciende la pertenencia a las diferentes sectas que aún mantienen su influencia cultural y política.

Lo primero que quiero rechazar de plano es uno de los argumentos que se suelen utilizar en contra de la religiosidad y con el que no puedo estar de acuerdo. Es echar tierra sobre mi tejado, pero me parece un poco injusto el resultado al que parece que han llevado algunas investigaciones y que revela una relación directa entre la falta de inteligencia y el fervor religioso. Puede que esos estudios tengan algún valor desde el punto de vista estadístico, pero me temo que esos datos puedan tener cierta tendenciosidad y mala baba. Durante la historia de la humanidad han existido grandes científicos, pensadores y políticos muy religiosos con una inteligencia por encima de la media… no creo que ese sea un argumento. Algunos incluso, como por ejemplo Isaac Newton, ferviente religioso, podría incluirse entre los 3 o 4 mayores genios de la ciencia moderna, con Einstein y Leonardo da Vinci. Lo lógico es tener en cuenta también factores socio-culturales e incluso cronológicos… no es lo mismo haber nacido en el siglo VI que en nuestra era, así como no es igual un estudio de este tipo realizado en EEUU, por ejemplo, que en Ruanda… por decir un país africano.

Lo que sí que parece bastante evidente es que las religiones han aprovechado la falta de conocimiento e información como el caldo de cultivo ideal para su propagación. De hecho durante siglos en Europa se han preocupado de mantener bajo control todo lo relacionado con el saber hasta el punto de que los pequeños avances en la ciencia durante una gran franja de nuestra historia los dieron los que tuvieron las fuentes del conocimiento a su alcance, es decir: los religiosos, eso sí… siempre bajo amenazas de todo tipo por parte de la iglesia correspondiente. Los ejemplos son muchísimos pero quizás los más conocidos son los de Keppler o Galileo por su enfrentamiento directo con la iglesia de Roma a causa de su empeño en demostrar sus sistemas heliocéntricos.

Parece haber una desafortunada conexión, que ha perdurado en el tiempo, entre la necesidad de las religiones en hacer perdurar las grandes lagunas de ignorancia que padece el conocimiento científico, sobre todo para asentar las bases de sus doctrinas místicas, y la necesidad metodológica de la ciencia para encontrar esas mismas lagunas del desconocimiento con la intención de dirigir sus investigaciones. El místico, el religioso es feliz en el desconocimiento, en el misterio, y pretende que este se mantenga para mayor gloria de su doctrina; mientras el científico busca desesperadamente la verdad y, aunque los resultados de sus investigaciones no le lleven a buen puerto, el sólo hecho de haberse acercado acaso un poco a una solución, e incluso la obligación a reconducir radicalmente su trabajo como consecuencia del éxito de otro colega, le da motivos de satisfacción.

Por eso la creencia en lo divino bajo la base de la indemostrabilidad resulta absurda, e incluso ofensiva para alguien con una mentalidad científica. Sin embargo cuando un científico encuentra una solución a un dilema místico la comunidad religiosa históricamente se ha enfrentado con uñas y dientes contra lo que dan en llamar blasfemia, y que no es más que ciencia. La mentalidad es distinta: unos buscan la verdad y otros no la necesitan. Ya creen tenerla o, en todo caso, lo que tienen les parece suficiente. En resumen, y para terminar de dejar la religión a un lado, reproduzco las palabras de Thomas Jefferson sobre esa obsesión religiosa contra la ciencia:

«Los sacerdotes de las diferentes sectas religiosas tienen pavor al avance de la ciencia como las brujas temen a la llegada del amanecer, y fruncen el ceño cuando el fatal heraldo anuncia el quebrantamiento del engaño en el que viven.» Thomas Jefferson 3er presidente de EEUU

— No yo no creo en las religiones, pero sé que Dios existe. Lo siento en mí. Es una energía, una sensación de plenitud que no se puede explicar, pero que no me deja dudas de que hay algo, algo que me guía y me aconseja. Que me ayuda y da fuerzas cuando más lo necesito. No puedo explicarlo pero sé que hay algo.
— Pero con ese argumento existiría un Dios para cada persona, una creencia religiosa a la carta para cada ser y sus circunstancias.
— Es posible, pero está ahí… lo siento muy cercano.
— Bien… y porque no lo llamamos personalidad, conciencia, ética, moral, espiritualidad… no sé. ¿Por qué esa obsesión en llamarlo Dios?
— Si no hubiera un dios que nos guía, que mueve los hilos de la moral y de la ética ¿Qué nos impide ser malos, matar, robar, etc…? El ser humano necesita a Dios…
— ¿Tu qué opinas hijo?
— Ya sé por dónde vas papi. Entonces Dios es el amigo invisible de estos señores…
— Hombre, yo no diría tanto… pero si, se podría decir así. Digamos que el ser humano, como te he explicado al principio de este rollo, es muy, muy joven con respecto a la edad del universo. Lo que yo creo es que somos tan pequeños que necesitamos inventarnos un señor mayor que nos guía y ayuda. Lo de menos son los preceptos que exige su amistad, lo importante es que está ahí, siempre. Llevándonos de la mano.
— ¡Como cuando yo era pequeño!
— Si hijo… que bonito eres… Claro, como cuando eras pequeño. ¿Te acuerdas cuando hablabas con los niños mayores y les decías que tu hombre invisible tenía un nombre y se reían?
— Si papá, eran tontos.
— Por eso no hay que reírse de los demás porque crean tener un amigo invisible. Solo estamos asustados y necesitamos apoyo. Además tampoco estás seguro de que no exista ese amigo imaginario… De hecho es bastante probable que exista, lo que pasa es que yo no lo llamaría Dios, y desde luego lo consideraría un amigo, un apoyo, no alguien a quién debo nada… ¿Lo ves? ¿Lo comprendes?
— Si papi, respetar a los demás… me lo has dicho muchas veces
— Eso sí, exigir el respeto a la necesidad de buscar tus propias preguntas, tus propias respuestas… también es importante.

«El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza» Friedrich Nietzsche

En todo caso contra el argumento irracional, por poco razonado, de un Dios sobrenatural, creador del universo y el cosmos que no tiene límite ni origen, se da la complejidad absurda de su propia existencia, que resulta tan poco probable como su propio argumento anuncia. Es decir: si debe existir un creador porque no existe explicación científica al origen del universo… ¿Quién creó al creador? ¿Por qué su origen no resulta igual de absurdo que su explicación? Si es necesario una inteligencia creadora para explicar la complejidad del universo… ¿No es necesaria una mente creadora aun más compleja que su obra para explicar al creador? La regresión es infinita y la dudosa consistencia del argumento ya era puesta en duda hace unos siglos como demuestra este fragmento de origen hindú.

«Algunos necios declaran que un Creador hizo el mundo. La doctrina de que el mundo fue creado es equivocada y hay que rechazarla. Si Dios creó el mundo, ¿dónde estaba Él antes de la creación?... ¿Cómo pudo haber hecho Dios el mundo sin materiales? Si dices que los hizo primero y luego hizo el mundo te enfrentas con una regresión infinita...» Mahapurana.

Habría que recordar que existen un gran número de religiones que se podrían definir no-teístas, es decir que no creen en un dios creador, omnipotente y absoluto, como el budismo, jainismo, el taoísmo y el confucianismo y que tienen como doctrina una base puramente ética y meditativa. El origen de estas religiones es bastante más antiguo que las occidentales y son creadas como fruto de sociedades respetuosas con el conocimiento, con la sabiduría, de códigos muy estrictos en cuanto al decoro y dignidad individual se refiere. Es cierto que aceptan la existencia de dioses, pero desde el punto de vista que, por ejemplo, Platón empleó para enunciar su mundo de las ideas, es decir; ejemplos de excelencia espiritual. En ningún momento se habla de un Dios único, creador del universo.

En cuanto al argumento de la bondad universal dirigida o al menos condicionada por la creencia en un ser divino… bueno. Creo que la propia historia de la crueldad religiosa –en todas las religiones…, todas- deja por los suelos dicho argumento, y aunque existen argumentos puramente darwinistas mucho más que demostrables creo que me llevaría otro artículo, al menos, su explicación. Básicamente tiene que ver con la necesidad del ser humano de colaborar para sobrevivir y el inteligente colectivo que hace que, incluso en hábitats humanos más que agresivos, los componentes de dichos hábitats se respeten en aras de dicha colaboración… pero vamos: tampoco es que el ser humano seamos unos santos y, desde luego, no existe una correlación entre bondad y religiosidad lo suficientemente consistente como para hacer de ello un argumento de la existencia de un Dios moral. Esa al menos es mi opinión.

— Pero papá, entonces ¿No crees que dios exista?
— No cariño, no creo que exista, aunque tampoco tengo argumentos para decir que no exista. En realidad hay tantas posibilidades de que lleguemos a saber si existe como posibilidades hay de que todo el universo esté comprimido en una mota de polvo que viaja a velocidades que ni siquiera suponemos encima de un peluche y que, en manos de una madre de otra dimensión, está a punto de ponerse a lavar en una lavadora… No parece posible que esto sea una realidad, pero tampoco nadie tiene pruebas para refutarlo. En cualquier caso si tras terminar mis días resulta que me planto en ese cielo católico, en esa otra vida musulmana o en el mismo infierno judío no perderé oportunidad de preguntar a ese hipotético Dios por qué no lo hizo un poco mejor, para qué tanto sufrimiento…. De hecho quiero terminar esta pequeña aportación a tu formación cariño con una frase de alguien al que te recomiendo que leas y que siempre tengas en cuenta. Te quiero hijo.

«Si Dios existe espero que tenga una buena excusa…» Woody Allen